Deducir el perfil del tipo de estudiante que habitualmente tenemos en un aula de clase nos lleva a pensar si ¿Un emprendedor nace o se hace?. De hecho, todas las personas tienen un potencial de emprendimiento, en mayor o menor grado, pero su desarrollo estará condicionado (y no determinado) por los siguientes factores: experiencia, formación, redes sociales, valores predominantes del entorno y políticas para favorecer el emprendimiento.
Nuestra sociedad no suele potenciar las capacidades de emprendimiento que todos portamos al nacer. Es más, la creatividad y la opinión autónoma muchas veces son desalentadas. En el ámbito de la escuela, esta situación suele agudizarse, puesto que tradicionalmente, la cultura escolar – en su versión tradicional – no ha promovido la capacidad emprendedora, por predominar un estilo que fomenta escasa autonomía y creatividad en los estudiantes y poca flexibilidad.
¿Es posible “aprender a emprender”? diseñar un proceso educativo para el emprendimiento presenta algunas dificultades; no podemos centrarnos en el tratamiento de contenidos, como suele hacerse al diseñar clases de manera tradicional. Es necesario enfocarse hacia el diseño de situaciones de aprendizaje que permitan generar habilidades para relacionarse consigo mismo y habilidades sociales para relacionarse con el entorno.
El debate se centra entonces en generar una tendencia pro – emprendimiento que abarque todos los niveles del sistema educativo y permita a los estudiantes potenciar y fortalecer la capacidad de reflexionar acerca de las habilidades que se poseen, y generar las condiciones adecuadas para desarrollar aquellas que permanecen en estado latente. En un clima favorable, queremos desarrollar jóvenes estudiantes con espíritu emprendedor como forma de actuar y pensar en la vida, que se vinculen con competencias emprendedoras.
El interés de la sociedad por el tema debe ser crucial, dado que solo se puede lograr crecimiento económico sostenido si se tiene actividad emprendedora.